domingo, 14 de abril de 2013

Sobre Greta Garbo



“Una relación entre dos personas puede transformarse gradualmente en amistad, en amor… o en un libro. Este trabajo comenzó con un encuentro casual y se fue desarrollando a lo largo de muchas décadas de mi vida.”


Con estos delineados vocablos inicia el libro del poeta y escritor Antoni Gronowicz sobre la vida de Greta Garbo. El trasfondo que rodea a este puntual material (escrito en primera persona emulando la voz de Garbo) es bastante polémico en tanto ambiguo. De acuerdo con Gronowicz el onírico encuentro con “la esfinge” aconteció en una bella terraza del chalet Riond-Bosson con el testigo de los dorados rayos de una tarde veraniega y las serenas aguas del río Ginebra. ¿El año? 1938. La conversación giró sobre la posibilidad de que él escribiera las memorias de la estoica sueca:


-No sé por qué el señor Paderewski está tratando de convencerme de que usted debería escribir sobre mí- dijo Garbo, a quien no le convencía la idea de una biografía.

-Me ha pedido que organice sus papeles- respondió él –. Todavía no he decidido nada.

-¿Cuánto quiere por escribir un libro sobre mí?- interrogó ella enfrentándolo.

-¡Nada!- replicó Gronowicz sin pensarlo.

-¿Nada? ¿Cómo puede ser que no quiera nada?

-Absolutamente nada. Además, no sé si podría escribir algo real y honesto sobre usted.

Fuera honesta y real (o no) la versión de Gronowicz sobre la vida de la intérprete de Ninotchka (Estados Unidos, 1939) salió a la luz en 1990. No obtuvo el respaldo de ella sino la más tórrida negación y el más agudo desprecio. En gran parte esto se debió, según Gronowicz, a que no se llegó a un acuerdo formal sobre el escrito y bajo esta idea todo lo compartido por ella fue dentro de una dinámica amistosa y no como una parte de un mero quehacer biográfico. Según comenta el escritor en uno de sus últimos encuentros ella espetó:

-Sé que estás escribiendo un libro de mí. Y yo no quiero que se publique ningún libro sobre mí mientras esté con vida. Negaré que hablé contigo, negaré que te conozco, diré que ni siquiera he oído de ti.

La ambigüedad sobre si estos dos seres se conocieron o no (y hasta qué nivel), permanecerá como un misterio para nosotros. Sin embargo, pese a los velos de incertidumbre que puedan cernirse sobre nuestra mirada, hay una anécdota que (por etérea) he decidido establecer como verdadera.

  
“Por mucho que retroceda en mis sueños, siempre soñé con naranjas, que eran mi fruta ideal y la fuente de todas las cosas buenas. Quizá me sentía encantada con ellas porque eran muy escasas y caras, o es posible que hubiera otras razones misteriosas que explicaran su encanto para mí. Sé que, en mi niñez, las naranjas eran un símbolo de riqueza, de éxito y de gusto exquisito. Me excitaban cada que las veía en las tiendas. Me las imaginada estrechamente vigiladas por el tendero, como para que nadie pudiera robarlas. Cada vez que me las arreglaba para robar o comprar una naranja, me la llevaba enseguida a casa y la ocultaba debajo de la cama. Luego, cuando todo el mundo se había marchado y me hallaba a solas, la sacaba, la dejaba sobre el suelo, y observaba su textura y color durante muchos minutos. La acariciaba con mis dedos y buscaba un lugar débil donde pudiera arrancarle la piel, que a mí me parecía llena de sol y de la fragancia de países muy lejanos.

Al pelar la gruesa piel, sentía en mi rostro una rociada de jugo que me proporcionaba vigor. Pelar la fruta era como buscar castillos en un bosque lleno de misterio, o como profanar el alma a la búsqueda de sueños no soñados aún o de historias fascinantes. Pero la mayor experiencia la tenía cuando desgajaba una naranja pelada. En cada uno de los gajos veía los rostros de actores del pasado, o de aquellos acerca de los cuales había leído algo en los periódicos y revistas […] Las naranjas se convirtieron en una parte de mi vida secreta. Decidí comer por lo menos una diaria. Cada vez que saliera, llevaría una naranja en el bolsillo, y la tocaría de vez en cuando para sentirme más segura de mí misma.” Greta Garbo: su historia. Pág. 41-42.



¡Afable y tórrido fetiche descrito! Dirigido a un elemento esféricamente cotidiano que, por ejemplo, es torturado para saciar líquidamente la vida matutina. O bien, ha sido compartido por decenas de seres en una orgía de manos que desgarran gajos y sostienen semillas. Sea como sea, es innegable que en la narración se percibe un elemento erótico que trastoca la forma de ver las naranjas y disfrutarlas. ¿Qué más da si la anécdota no aconteció? Constantemente mezclamos y re-mezclamos la ficción como realidad y la realidad como ficción. Lo interesante es aquello que puede desprenderse de esta actividad y que nos llega flotando para ser desechado o atesorado como fetiche personal.





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